Mensajes a Edson Glauber en Itapiranga AM, Brasil
jueves, 7 de noviembre de 1996
Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz a Edson Glauber en Itapiranga, AM, Brasil

¡La paz esté con vosotros!
Queridos hijos, yo soy la Reina de la Paz. Rezad, rezad, rezad. Estad en Paz, vivid con paz, y llevad paz a todos vuestros hermanos.
Os doy el amor de vuestra Madre y derramo mis gracias sobre todos vosotros. Convertíos. A los hombres presentes quiero decirles que recen; que no sean perezosos ni se avergüencen de rezar, porque si lo hacéis recibiréis muchas gracias celestiales de mí. Rezad por todo el mundo. (*)El mundo está negro por sus innumerables crímenes y pecados...
En este momento vi a Nuestra Señora sosteniendo un globo ennegrecido en su mano derecha. Parecía pesar mucho, pues Nuestra Señora apenas podía sostenerlo en la palma de su mano. Inmediatamente dijo:
Permaneced con mi amor y con mi Paz. Rezad, rezad, rezad. Os bendigo a todos: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Amén. ¡Hasta pronto!
(*) El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una grave infracción de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su beatitud, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial permite que la caridad subsista, aunque la ofende y la lesiona. El pecado mortal, atacando en nosotros el principio vital que es la caridad, exige una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón, que normalmente se realiza en el sacramento de la reconciliación.
El pecado crea una propensión al pecado: genera el vicio por la repetición de los mismos actos. De esto resultan inclinaciones perversas que oscurecen la conciencia y corrompen la evaluación concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y reforzarse a sí mismo, pero no logra destruir el sentido moral de raíz.
Los vicios pueden clasificarse según las virtudes que contrarrestan, o más aún, vinculados a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a San Juan Casiano y San Gregorio Magno. Se llaman pecados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son el orgullo, la avaricia, la envidia, la ira, la impureza, la glotonería, la pereza o la acedia.
La tradición catequética también nos recuerda que existen "pecados que claman al cielo". Gritan al cielo: la sangre de Abel (el aborto), el pecado de los sodomitas (la homosexualidad y la fornicación); el grito del pueblo oprimido en Egipto (los políticos corruptos, ladrones y asesinos); la queja del extranjero, la viuda y el huérfano; la injusticia al asalariado.
El pecado es un acto personal. Además, somos responsables de los pecados cometidos por otros, cuando cooperamos en ellos:
-participando en ellos directamente y voluntariamente;
-mandando, aconsejando, alabando o aprobando estos pecados; -no revelándolos ni impidiéndolos, cuando estamos obligados a hacerlo; -protegiendo a los que hacen el mal.
Así el pecado hace a los hombres cómplices unos de otros, hace que la concupiscencia, la violencia y la injusticia reinen entre ellos. Los pecados causan situaciones e instituciones sociales contrarias a la bondad divina. Las "estructuras de pecado" son la expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer el mal a su vez. En un sentido analógico constituyen un "pecado social".
(Catecismo de la Iglesia Católica - la gravedad del pecado: pecado mortal y venial, p. 487, n.1855,1856; 1865 a 1869)
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