viernes, 12 de enero de 2007

Jesús habla en la noche de expiación en Heroldsbach a las 24.00 horas aproximadamente a través de su voluntaria herramienta Anne.

Jesús ahora dice: Mis amados hijos, también hoy habéis venido a Mí, vuestro querido Jesús, en la Trinidad de Dios. Os agradezco que hayáis apresurado vuestra llegada a Mi lugar de gracia para adorarme en Mi santísimo y supremo sacramento de la Eucaristía.

Mis amados hijos, os llamo porque necesito vuestra ayuda. Ved cómo me ignoran en Mi Santo Sacramento del Altar. Me he dado a mí mismo para liberar a los hombres de su carga de pecado. ¡Qué grande es mi anhelo por las almas que quiero purificar en Mi sacramento de la Penitencia! Esta purificación, que es para liberar a los hombres de su sufrimiento y su carga, la he ofrecido como un regalo a todos. Pero cuántos pocos la aprovechan. Espero en vano y llamo una y otra vez a las puertas de los corazones de los pecadores. Cuanto más pesada es la carga del pecado, mayor se vuelve mi anhelo por liberarla.

Cómo con reticencia permito tantas enfermedades. Me entristece que tenga que dejar que el azote de un gran sufrimiento caiga sobre la humanidad. Venid, hijos míos, a Mi corazón y consolad el corazón de vuestro Salvador.

En esta noche de expiación, mi pequeña verá de nuevo una gran multitud de almas sacerdotales listas para arrepentirse. Me dais una gran alegría. Conmigo vuestra Madre Celestial se alegra, pues son sus amados hijos sacerdotes quienes de otro modo habrían caído en el abismo más profundo. Seguid rezando, sacrificando y expiando.

El tiempo se ha vuelto más insoportable para vosotros. Ha surgido un gran sufrimiento en todas vuestras familias. Muchos se han vuelto al mundo y quieren separarse de sus familiares. Se desenvuelven en este tiempo e indulgen en los placeres del tiempo. Sucumben a los poderes satánicos.

Anne dice: Mi queridísimo Jesús, ten piedad de esta humanidad y sálvala, porque no saben lo que están haciendo. Satisfacen su anhelo por Ti con las adicciones mundanas. Oh Jesús, líbralos, te suplico. Mirad la multitud de los vuestros. Están listos para cumplir vuestros deseos. Fortalecednos con el Espíritu Santo, el Espíritu de amor y verdad. Dad vuestro conocimiento a vuestros pastores y no permitáis que el mal reine en sus corazones. Preparadnos para vuestra venida. Vuestra Madre Celestial os implora incansablemente.

Jesús dice: ¿Creéis, hijos míos, que me alejo de vosotros sólo por un momento? No, la marca de fuego de Mi amor es ilimitada. A menudo no entendéis Mi amor. Mis planes se han vuelto incomprensibles para vosotros. Tened fe, mis queridos pequeños. Todo lo que no es necesario para vuestra formación lo alejo de vosotros. No puedo veros sufrir, pero para vuestra santificación debo permitir mucho.

Cuánta culpa generacional debe seguir expiándose. La culpa no arrepentida pasa a la cuarta generación. Ya los niños sufren esta culpa hereditaria. Liberadlos, mis sacerdotes que son fieles a Mí. Os doy un gran poder si mostráis vuestra voluntad. Trabajo en vosotros y os protejo en el tiempo de la liberación del mal. Confiad en Mí y no desarrolléis temores, porque estoy con vosotros.

Pasad mucho tiempo conmigo. Allí sentiréis la seguridad que el mundo no puede daros. Rezad sin cesar. Hablad con vuestro queridísimo Jesús. ¡Cómo me gusta mantener un diálogo en vuestros corazones! Profundamente quiero conectar vuestros corazones con Mi Divino. Los corazones que laten al unísono deleitan al Padre Celestial.

Vuestra Reina de las Rosas quiere derramar una rica bendición de gracia en esta noche de oración. La luz del amor quiere encenderla en vosotros. Ahora sed bendecidos, protegidos y amados en la Trinidad. En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No dejéis de amarme. Amén. Gracias por perseverar conmigo hasta el final. Consolad nuestros corazones. Unid, porque mi tiempo ha llegado. Estáis bajo el manto protector de vuestra amada madre. Amén.

La Reina Rosa de Heroldsbach. La Santísima Madre llora en Heroldsbach el lunes 12 de febrero de 2007 a las 17.00 horas aproximadamente frente a una multitud de peregrinos de unas 70 personas, incluyendo tres sacerdotes: Fr. Lodzig, Fr. de Stockhausen y Fr.